miércoles, 31 de julio de 2013

Parca (de palabras)




Hacía un par de horas que yacía sobre la cama. El amanecer había hecho sonar la alarma y con los primeros rayos cambia la oscuridad de la noche por la penumbra de sus sueños. Yacía.

Yacía, como yacen sobre pergaminos los últimos o los primeros de sus versos, entre sábanas marchitas. Desangra las palabras antes de ser escritas, dejándolas inertes, sin vida, y viste sus poemas con alas negras, haciéndolos danzar al ritmo de su agujereada existencia. El ritual se reproduce cada noche, sobre su mesa un florete bañado en sangre con el que invoca la muerte en cada uno de sus escritos, amargas colillas que pronostican cuál será su único sino, pues en  alcohol consume cualquier atisbo de valentía. Las estanterías son cementerios habitados por nichos de papel, en cuyos epitafios se pueden leer  mil formas de morir.

Yacía, hacía dos horas. Quién sabe si esperando que ese fuese su último día. Dormía, tal vez soñando con que alguien le arrebatara la vida. Y su vida, esa desahuciada vida, le arrebató lo único que poseía. Las almas de los muertos no abandonan este mundo sin reclamar justicia. Hacía dos horas que yacía, cuando aquellas palabras malditas que él escribía volvieron a la vida para saldar su cuenta, dándole una muerte jamás descrita.

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