jueves, 4 de julio de 2013

Retales de una vida.








Me he despertado con mono (No era de sexo.  No había tienda de campaña matutina. Aclaro para los mal pensados). Con los párpados aún a medio abrir y ya me encontraba  en la cocina.
Necesitaba una dosis urgente de aroma a café recién hecho  metido en vena sentimental, y de su sonido mientras sube en la típica cafetera italiana. Me ha sorprendido mi actitud. Metódicamente, como si de un ritual se tratase, he preparado la cafetera de forma autómata. Como quien realiza un trabajo rutinario abstrayendo su mente hacia algún pensamiento lejano del lugar en el que te encuentras, o simplemente sin pensar en nada. Como si las manos y el resto del cuerpo tuviesen memoria propia para actuar sin necesidad de recurrir a las órdenes del cerebro -Para que luego digan que los hombres no somos capaces de hacer dos cosas a la vez-. Como esas veces que conduciendo después de haber tenido un mal trago (no me refiero a la bebida, precisamente) pierdes la consciencia de lo que estás haciendo, hasta el punto de haber pasado con el coche por un lugar unos minutos  antes pero no recuerdas haberlo hecho. Todo fluye hacia en el lugar que pulule en nuestra mente. No siempre lo que hacemos  es la realidad y el presente que vivimos.
 
El café caliente humeaba entre mis labios, o tal vez sería el humo del primer cigarro del día. No lo sé, mi consciencia continuaba estando lejos de mi cuerpo presente, el caso es que sobre la mesa de la cocina reposaba una taza de café de más. Sí, sin más he preparado dos cafés. Sin que nadie más que yo  pudiese tomárselos.  Y desde luego que nadie más que yo se las ha tomado.  Lo que continúo sin recordar cuál es el motivo que me ha hecho aterrizar  y abandonar esa otra dimensión. Tengo la ligera sospecha de que ha sido uno de mis sentidos. El olfato, más que la vista, o que el tacto, o el gusto. Me sorprende que no haya sido el oído, -aunque es comprensible- por  no haberme dado cuenta de que al sonido de la cafetera  no le acompañaba el de la ducha. Pero como os cuento, creo que debe haber sido al no poder mezclar el aroma del café con el de su piel recién duchada. Para mí ese cóctel es como el olor del mar, algo que forma parte de los tesoros de mi vida, y puedo abrir el baúl de las sensaciones en cualquier momento y disfrutar de ello como si fuese en tiempo real.  Y gracias doy de que mis recuerdos no hayan reproducido su olor tan peculiar, sino a estas horas  andaría perdido habitando dentro de sus pupilas.

He aprovechado la segunda taza de café, y mi estado consciencia en cuerpo presente, para no caer en la tentación de preguntarme por qué la he recordado de esa forma (propia de un momento de desamor, cuando al fin y al cabo es “tan sólo” un retal de mi vida, por mucho que sea uno de los más importantes);  y he vuelto a centrar mis pensamientos en mi nuevo gran amor. Uno que me acompaña día y noche, desde hace dos amaneceres. Supongo que estoy en la fase de enchochamiento, y por eso lo llevo conmigo a cuestas a cada minuto, a cada segundo, en tres de cada cinco skypercios (palabreja inventada para dar nombre a la unidad de medida de pensamientos. Que manda narices que no haya ninguna oficial para medir algo tan bonito y tan utilizado como ellos). Aunque me temo, y espero, que sea un amor efímero. De hecho no me seduce nada  y me lo está haciendo pasar fatal, pero ya se sabe cómo funciona esto del amor.  Es de esos que siempre acabas pensando que hubiese sido mejor no haberla conocido nunca, pues siempre me arrepentiré de haberme cruzado con este puñetero….dolor de muelas. 

Acabará siendo otro retal más de mi vida. 


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