Me he
despertado con mono (No era de sexo. No
había tienda de campaña matutina. Aclaro para los mal pensados). Con los
párpados aún a medio abrir y ya me encontraba en la cocina.
Necesitaba una dosis urgente de
aroma a café recién hecho metido en vena
sentimental, y de su sonido mientras sube en la típica cafetera italiana. Me ha
sorprendido mi actitud. Metódicamente, como si de un ritual se tratase, he
preparado la cafetera de forma autómata. Como quien realiza un trabajo
rutinario abstrayendo su mente hacia algún pensamiento lejano del lugar en el
que te encuentras, o simplemente sin pensar en nada. Como si las manos y el
resto del cuerpo tuviesen memoria propia para actuar sin necesidad de recurrir
a las órdenes del cerebro -Para que luego digan que los hombres no somos
capaces de hacer dos cosas a la vez-. Como esas veces que conduciendo después
de haber tenido un mal trago (no me refiero a la bebida, precisamente) pierdes
la consciencia de lo que estás haciendo, hasta el punto de haber pasado con el
coche por un lugar unos minutos antes
pero no recuerdas haberlo hecho. Todo fluye hacia en el lugar que pulule en nuestra
mente. No siempre lo que hacemos es la
realidad y el presente que vivimos.
El café
caliente humeaba entre mis labios, o tal vez sería el humo del primer cigarro
del día. No lo sé, mi consciencia continuaba estando lejos de mi cuerpo
presente, el caso es que sobre la mesa de la cocina reposaba una taza de café de
más. Sí, sin más he preparado dos cafés. Sin que nadie más que yo pudiese tomárselos. Y desde luego que nadie más que yo se las ha
tomado. Lo que continúo sin recordar cuál
es el motivo que me ha hecho aterrizar y
abandonar esa otra dimensión. Tengo la ligera sospecha de que ha sido uno de
mis sentidos. El olfato, más que la vista, o que el tacto, o el gusto. Me
sorprende que no haya sido el oído, -aunque es comprensible- por no haberme dado cuenta de que al sonido de la
cafetera no le acompañaba el de la ducha.
Pero como os cuento, creo que debe haber sido al no poder mezclar el aroma del
café con el de su piel recién duchada. Para mí ese cóctel es como el olor del
mar, algo que forma parte de los tesoros de mi vida, y puedo abrir el baúl de las
sensaciones en cualquier momento y disfrutar de ello como si fuese en tiempo
real. Y gracias doy de que mis recuerdos
no hayan reproducido su olor tan peculiar, sino a estas horas andaría perdido habitando dentro de sus
pupilas.
He
aprovechado la segunda taza de café, y mi estado consciencia en cuerpo
presente, para no caer en la tentación de preguntarme por qué la he recordado
de esa forma (propia de un momento de desamor, cuando al fin y al cabo es “tan
sólo” un retal de mi vida, por mucho que sea uno de los más importantes); y he vuelto a centrar mis pensamientos en mi
nuevo gran amor. Uno que me acompaña día y noche, desde hace dos amaneceres.
Supongo que estoy en la fase de enchochamiento, y por eso lo llevo conmigo a
cuestas a cada minuto, a cada segundo, en tres de cada cinco skypercios (palabreja
inventada para dar nombre a la unidad de medida de pensamientos. Que manda
narices que no haya ninguna oficial para medir algo tan bonito y tan utilizado
como ellos). Aunque me temo, y espero, que sea un amor efímero. De hecho no me
seduce nada y me lo está haciendo pasar
fatal, pero ya se sabe cómo funciona esto del amor. Es de esos que siempre acabas pensando que
hubiese sido mejor no haberla conocido nunca, pues siempre me arrepentiré de
haberme cruzado con este puñetero….dolor de muelas.
Acabará siendo otro retal
más de mi vida.
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