La falta de oxígeno hacer perder la memoria, pero no la
consciencia. No he comenzado a recordar
hasta pasados unos días, cuando ya en casa, mis nietos me pedían que les
contase historias sobre mi último viaje, y me he quedado como la montaña… helado… en blanco.
Hoy me siento triste, aunque mi familia esté más contenta
que nunca. Algo importante he perdido en
la ascensión. He recordado a mi abuelo. Sus historias. El nunca fue Sherpa, era
campesino, de tierra plana y de continua, aunque pobre, cosecha. Siempre le dieron
miedo las alturas, incluso las del alma. Aún así, crecí entre las historias que
me contaba, igual que intento hacer yo con mis nietos -por más que hoy deba callar la
verdad-. Me explicó como del Brahmi se
creó nuestro alfabeto tibetano. Que somos descendientes de los Shangri. Me inculcó los valores de nuestra religión, o
como en el Bön debido a la misma
pertenencia a una misma naturaleza, todos los seres pueden ejercer un poder
sobre otros. O como desde tiempos remotos, creemos que los cuervos ayudan al espíritu de los
muertos a llegar hasta el cielo. Por eso se abandonan los cuerpos unos días, y
si el cadáver no es devorado por ellos…es porque el difunto era un pecador y merecía
vivir en el infierno.
Pero a 7.800 metros no hay cuervos. Pero si almas que
merecen el infierno. Incluso la mía. Ascendí con ellos porque me ofrecieron más
dinero que nunca. Les guíe hacia su gloria, igual que he ayudado a otros a
llegar hasta tan solo donde los dioses han querido. Me obligaron a continuar, y
mis huesos temblaban, pero no por el frío o por las ganas de llegar. Al
descender tampoco nadie le hizo caso. Su cuerpo estaba congelado, igual que el
corazón de los que me pagaron para llevarlos a la cima. El oxígeno me faltaba,
y no recordaba… pero sí que sentía. Ahora pienso que mis lágrimas no se
congelaron porque tan solo pude derramarlas al calor del primer fuego que
encontramos. Yo, ayudé a otros ¿por qué no a él?
¿Cómo les cuento a mis nietos que el dinero no lo es todo, a
no ser que estés a 7.800 metros?
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