miércoles, 10 de noviembre de 2010

La Roca pre-destinada





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   Éste es uno de los muchos escritos que Diego almacena en su cajón. Uno de tantos de  cuya existencia Susana desconoce. Las dudas son tan universales como el amor, y Diego no es ajeno a ellas. Aunque su amada si lo es de la inmensa tristeza que él alberga. Tal vez para no hacerla partícipe de su nostalgia, intentando evitar la lógica preocupación que comparten los enamorados; o, bien, porque no quiere mostrar signos de debilidad y dependencia ante su oponente. Porque, al fin y al cabo, esto del amor es una guerra más de las que te plantea la vida; en la que, como tal, debes mantener una estrategia.


Por suerte para ellos, hoy añaden una victoria más en la personal guerra que ambos mantienen contra las circunstancias que les rodea. Y, Diego, en particular, otras mil razones con las que en el futuro seguir mimetizando a Susana con todo lo que contiene y rodea al  Roc de Sant Gaietá. Además, él conseguirá complacer uno de los sueños que compartían, que para eso está el amor: para soñar y compartir. Susana deseaba volver aquel lugar que tanto le sedujo la mañana de una, ya lejana, primavera.
  Así, después de recoger a Susana, Diego puso rumbo al Roc. Una vez llegados, y tras vagar media tarde por un lugar al que le han faltado rincones donde dejar escondidos besos y abrazos, suspiros y “te quiero”, desafían el frío que envuelve este atardecer invernal de Tarragona y deciden sentarse en una terraza para contemplar la espectacular despedida que hoy ofrece el Sol. Susana marcha al lavabo, y al regresar encuentra un llavero sobre la mesa en  que se puede leer:   C- 115.
- ¿Ya has pasado por el hotel?- Pregunta, sorprendida- ¿Cuándo?
- Mhmm, se podría decir que sí, ¿Nos vamos?
 Susana describe en un mismo gesto asentimiento y extrañeza.
-  Niña, salgamos por la zona del jardín de los pinos curvados.

Caminan despacio a pesar de haber anochecido. Susana lo hace girando la cabeza constantemente como quien va fotocopiando en su mente cada uno de aquellos rincones, y a su vez despidiéndose de ellos. Diego interrumpe unos de esos virajes, sujetando con delicadeza su cara. Fijan  la mirada uno en el otro. El rostro de Susana esboza cierta tristeza y suspira. Diego le consuela:
- Volverás a estar por aquí otras veces- un pausado beso sella en sus almas esa esperanza.

Vuelven a caminar y Diego incita a pasar entre una de las cristaleras que dan a un patio interior, y algo dubitativo pregunta  a Susana:
-  ¿Para ti ocultar algo es como mentir?
- Sí…bueno, no; depende de qué se trate. ¿Por qué lo preguntas?
- Ven, subamos por esta escalera. Arriba hay una terraza pública desde la que podremos ver todo “El Roc”. Hay algo que quiero contarte…
 Intrigada, ella sube delante.
-¿Ya tienes pensado dónde vamos a cenar? - pregunta Susana, aunque lo que realmente ocupa su pensamiento es lo que Diego le pueda contar.
- ¿Tienes hambre ya?- responde él.
-¡Sí!… aunque no te lo preguntaba por eso, es que se está hacien…-  un sonido detiene a Susana mientras afronta el último tramo de escalera que da a una especie de azotea, y al girarse en busca del motivo encuentra a Diego con una de las puertas de ese rellano abierta.
-¡Venga!, que el calor se escapa!- Acucia ante el estupor de Susana.

El apartamento es pequeño. Cocina y salón en un solo ambiente, un baño, y una habitación que tiene la puerta justo enfrente de una chimenea que Diego se encargó de tener prendida antes de que llegasen; aunque el suspiro de Susana casi consigue apagarla. La mesa estaba preparada para la cena, aunque lo que más llama la atención de ella es la enorme cristalera con vistas al mar. Hipnotizada, Susana se acerca irremediablemente hacia ella, siguiéndola él. Durante unos instantes queda absorta, pensativa, hasta que se dirige a Diego:

-Que diferente es … estando aquí,  junto a ti.
- Niña, algún día todo cambiará; ahora debemos estar contentos con lo que tenemos, y…-  Un largo beso hace callar a Diego y los abraza durante unos instantes.
-Tengo hambre, ¿Qué te parece si preparo la cena?
-¡Bien!, sabes que también tengo ganas de comer algo potable.-Responde Susana- ¿Te importa si bajo un momento a la playa? Lo necesito…-. Con un guiño y media sonrisa, Diego da su consentimiento.

Tras cenar, Susana extiende una manta en el suelo junto a la chimenea, y Diego pide leerle algo de El Trópico de Cáncer, el libro que hoy él lleva consigo. Tumbada con la cabeza sobre el pecho de su amado, éste comienza a  leer el pasaje de Henry con el amigo de su amigo: “ el Gandhi”. Será porque Susana ya conoce esta parte de la historia y como continuaba; o tal vez,  porque desea escuchar únicamente el crepitar de la leña ardiendo junto con el débil rumor del mar, que decide intentar hacer callar a su locutor de alguna forma; y  justo en el momento en el que Henry y su amigo entran en el burdel,  ella comienza a desabrochar la camisa de Diego, besando la piel que va dejando al descubierto. Él continúa impasible con la lectura, mientras los labios de ella descienden por su torso tras apartar con sus manos la ropa que encuentra a su paso. Henry elige la prostituta jovencita para su amigo, Susana elige desabrochar el cinturón de Diego. Henry accede a escoger otra chica para él, ella accede al interior de los pantalones de su particular locutor, que en este momento comienza a balbucir en su recitar…  “El Gandhi” de Miller incita a un cambio de partenaire a éste debido a la excitación que la otra chica le provoca, el partenaire de Susana suscita pasar a la habitación debido a la excitación que  ella le ha provocado…

Aún no ha amanecido, y el sonido de la ducha despierta a Diego. Disperso en sus pensamientos, se sienta sobre la cama, con la mirada perdida en los cuatro leños calcinados que aún arden en la chimenea. Susana, desnuda, aparece en escena, sin advertir que su compañero le contempla. Se detiene ante el hogar sobre la manta que aún reposa en el suelo, echa algo más de leña al fuego y desaparece del hermoso cuadro (al que ignora pertenecer,  para mayor frustración de Diego) en dirección a la vidriera que da al mar. Al cabo de unos instantes, él sale de la habitación encontrando a Susana delante de ese  ventanal con la mirada perdida en algún horizonte. Se acerca a ella. La rodea con sus brazos, apoyando la barbilla sobre su hombro; estrechándola fuertemente, algo que ella agradece.  El Sol despunta en el horizonte, codicioso por presenciar la belleza del desnudo de Susana.  Diego le besa el cuello y ella se estremece -el Mediterráneo parece olvidar su  “calma de enero” y comienza a encresparse-. Las manos de Diego surcan el pecho de Susana, a la vez que sus labios van encallando por su espalda - el mar se enfurece por momentos, como poseído por un ataque de celos-. Ella se agita ante cada nuevo beso, ante cada caricia que reciben  sus pechos… y siente como su cuerpo es sacudido por un temporal de pasión que la arrastra hacía un maremoto de trémulos deseos -el extraño oleaje que acoge el mar continúa creciendo-. Susana se inclina sobre la cristalera, y Diego accede lentamente al ardiente crisol que ella en sus entrañas alberga -el temporal sobre el mar alcanza su clímax: crispado, enfurecido,encolerizado … y sólo consigue recobrar su calma cuando Diego y Susana reposan exhaustos sobre la manta-.

De sus rostros se apodera la resignación. El tiempo del que dispone Susana toca a su fin y regresan hacia Las Costas del Garraf.

- Quisiera poder hacer algo por cambiar todo esto, por poder estar junto a ti- Manifiesta la resignación y el dolor de Diego.
- Sabes que no puedes, que forzándolo sólo conseguirías que nunca podamos estar juntos- le responde el desconsuelo de ella- Deberías olvidarte de mí. De lo que ocurrió. Continuar por otro camino… a veces pienso que te sientes tan culpable de lo que pasó, que piensas pagar por ello durante el resto de tu vida”.
           Con distintas palabras, pero en el fondo con el mismo mensaje, esta conversación se repite por tercera vez desde aquel fatídico accidente hace ya año y medio. Cuando  tras pasar el día en el Roc de Sant Gaietá, ya de regreso a Barcelona,  una roca se interpuso  en el camino de ambos, justo en el punto donde ahora se encuentran: frente a un acantilado entre Sitges y Vallcarca.

Descienden por él, hasta llegar a una roca plana que linda con el mar. Se abrazan  como quien se aferra a su último suspiro de vida. Susana es quien rompe ese abrazo.
             - Vete ya por favor- suplica a Diego, pero él se niega.
- Detrás de ti- también suplica Diego. Pero él  a alguien que nunca le escuchará.- Quiero irme contigo.
Vuelven abrazarse y  fusionan sus labios entre el desaliento y un mar de lágrimas vertidas por ambos. Susana se retira otra vez  y comienza a desnudarse. Conforme se desviste, su cuerpo empieza a cubrirse de algo parecido a un barniz cristalino. Los lacios mechones morenos se apelmazan, los pezones desaparecen de los pechos y desde la cadera a sus pies surgen unas extrañas escamas, mientras las piernas se fusionan tomando forma de animal marino.

Diego se acerca otra vez, la besa…¡ Lloran!
-No me esperes nunca más por favor- le dice Susana.
 -Sabes que siempre lo haré- responde Diego entre lágrimas.
-Adiós, mi niño- son las últimas palabras que pronuncia esta sirena antes de zambullirse en el agua…
-Hasta pronto mi vida- son las de un desesperado Diego.

Queda pensativo, sentado entre rocas.  Ironías de la vida, ¿no? Es consciente de que poco o nada puede hacer. Sabe que si provoca su muerte será castigado por perder y despreciar lo más valioso que un ser puede poseer: la vida; y entonces sería enviado al averno de los desagradecidos eternamente. Tan solo le queda el consuelo de que el día en que su vida material se agote, su alma será enviada al Empíreo del Más Allá, y allí podrá encontrarse algún día y por siempre con  Susana hasta el infinito de los tiempos. Aunque alberga la esperanza de encontrarse con una roca en el camino. Una roca que, de las misma forma que le ocurrió a Susana, siegue su vida en este mundo de forma accidental antes del momento que todos tenemos escrito para nuestra muerte. Y así, sería sumergido en cuerpo y alma en el paraíso del elemento que crea y da vida hasta el predestinado día de su muerte, tal y como le ocurre a Susana. Por eso, a los efímeros espectros que habitan el cosmos acuoso, se les permite salir de él dos veces por año al mundo de los vivos: el día de su nacimiento natural y el de su muerte terrenal.

Mientras algo de eso ocurre, Diego siempre tendrá una roca en su destino.

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