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Éste es uno de los muchos escritos que Diego almacena
en su cajón. Uno de tantos de cuya
existencia Susana desconoce. Las dudas son tan universales como el amor, y
Diego no es ajeno a ellas. Aunque su amada si lo es de la inmensa tristeza que
él alberga. Tal vez para no hacerla partícipe de su nostalgia, intentando
evitar la lógica preocupación que comparten los enamorados; o, bien, porque no
quiere mostrar signos de debilidad y dependencia ante su oponente. Porque, al
fin y al cabo, esto del amor es una guerra más de las que te plantea la vida;
en la que, como tal, debes mantener una estrategia.
Por suerte para ellos, hoy añaden una victoria más en
la personal guerra que ambos mantienen contra las circunstancias que les rodea.
Y, Diego, en particular, otras mil razones con las que en el futuro seguir
mimetizando a Susana con todo lo que contiene y rodea al Roc de Sant Gaietá. Además, él conseguirá complacer
uno de los sueños que compartían, que para eso está el amor: para soñar y
compartir. Susana deseaba volver aquel lugar que tanto le sedujo la mañana de
una, ya lejana, primavera.
Así, después
de recoger a Susana, Diego puso rumbo al Roc. Una vez llegados, y tras vagar
media tarde por un lugar al que le han faltado rincones donde dejar escondidos
besos y abrazos, suspiros y “te quiero”, desafían el frío que envuelve este atardecer
invernal de Tarragona y deciden sentarse en una terraza para contemplar la
espectacular despedida que hoy ofrece el Sol. Susana marcha al lavabo, y al
regresar encuentra un llavero sobre la mesa en que se puede leer: C- 115.
- ¿Ya has pasado por el hotel?- Pregunta,
sorprendida- ¿Cuándo?
- Mhmm, se podría decir que sí, ¿Nos vamos?
Susana
describe en un mismo gesto asentimiento y extrañeza.
- Niña, salgamos
por la zona del jardín de los pinos curvados.
Caminan despacio a pesar de haber anochecido. Susana
lo hace girando la cabeza constantemente como quien va fotocopiando en su mente
cada uno de aquellos rincones, y a su vez despidiéndose de ellos. Diego
interrumpe unos de esos virajes, sujetando con delicadeza su cara. Fijan la mirada uno en el otro. El rostro de Susana
esboza cierta tristeza y suspira. Diego le consuela:
- Volverás a estar por aquí otras veces- un pausado
beso sella en sus almas esa esperanza.
Vuelven a caminar y Diego incita a pasar entre una de
las cristaleras que dan a un patio interior, y algo dubitativo pregunta a Susana:
- ¿Para ti
ocultar algo es como mentir?
- Sí…bueno, no; depende de qué se trate. ¿Por qué lo
preguntas?
- Ven, subamos por esta escalera. Arriba hay una
terraza pública desde la que podremos ver todo “El Roc”. Hay algo que quiero
contarte…
Intrigada,
ella sube delante.
-¿Ya tienes pensado dónde vamos a cenar? - pregunta
Susana, aunque lo que realmente ocupa su pensamiento es lo que Diego le pueda
contar.
- ¿Tienes hambre ya?- responde él.
-¡Sí!… aunque no te lo preguntaba por eso, es que se
está hacien…- un sonido detiene a Susana
mientras afronta el último tramo de escalera que da a una especie de azotea, y
al girarse en busca del motivo encuentra a Diego con una de las puertas de ese
rellano abierta.
-¡Venga!, que el calor se escapa!- Acucia ante el
estupor de Susana.
El apartamento es pequeño. Cocina y salón en un solo
ambiente, un baño, y una habitación que tiene la puerta justo enfrente de una
chimenea que Diego se encargó de tener prendida antes de que llegasen; aunque
el suspiro de Susana casi consigue apagarla. La mesa estaba preparada para la
cena, aunque lo que más llama la atención de ella es la enorme cristalera con
vistas al mar. Hipnotizada, Susana se acerca irremediablemente hacia ella,
siguiéndola él. Durante unos instantes queda absorta, pensativa, hasta que se
dirige a Diego:
-Que diferente es … estando aquí, junto a ti.
- Niña, algún día todo cambiará; ahora debemos estar
contentos con lo que tenemos, y…- Un
largo beso hace callar a Diego y los abraza durante unos instantes.
-Tengo hambre, ¿Qué te parece si preparo la cena?
-¡Bien!, sabes que también tengo ganas de comer algo
potable.-Responde Susana- ¿Te importa si bajo un momento a la playa? Lo
necesito…-. Con un guiño y media sonrisa, Diego da su consentimiento.
Tras cenar, Susana extiende una manta en el suelo junto
a la chimenea, y Diego pide leerle algo de El Trópico de Cáncer, el libro que
hoy él lleva consigo. Tumbada con la cabeza sobre el pecho de su amado, éste
comienza a leer el pasaje de Henry con
el amigo de su amigo: “ el Gandhi”. Será porque Susana ya conoce esta parte de
la historia y como continuaba; o tal vez, porque desea escuchar únicamente el crepitar
de la leña ardiendo junto con el débil rumor del mar, que decide intentar hacer
callar a su locutor de alguna forma; y justo en el momento en el que Henry y su amigo
entran en el burdel, ella comienza a
desabrochar la camisa de Diego, besando la piel que va dejando al descubierto. Él
continúa impasible con la lectura, mientras los labios de ella descienden por
su torso tras apartar con sus manos la ropa que encuentra a su paso. Henry
elige la prostituta jovencita para su amigo, Susana elige desabrochar el
cinturón de Diego. Henry accede a escoger otra chica para él, ella accede al
interior de los pantalones de su particular locutor, que en este momento comienza
a balbucir en su recitar… “El Gandhi” de
Miller incita a un cambio de partenaire a éste debido a la excitación que la
otra chica le provoca, el partenaire de Susana suscita pasar a la habitación
debido a la excitación que ella le ha
provocado…
Aún no ha amanecido, y el sonido de la ducha
despierta a Diego. Disperso en sus pensamientos, se sienta sobre la cama, con
la mirada perdida en los cuatro leños calcinados que aún arden en la chimenea.
Susana, desnuda, aparece en escena, sin advertir que su compañero le contempla.
Se detiene ante el hogar sobre la manta que aún reposa en el suelo, echa algo
más de leña al fuego y desaparece del hermoso cuadro (al que ignora pertenecer, para mayor frustración de Diego) en dirección
a la vidriera que da al mar. Al cabo de unos instantes, él sale de la
habitación encontrando a Susana delante de ese ventanal con la mirada perdida en algún
horizonte. Se acerca a ella. La rodea con sus brazos, apoyando la barbilla
sobre su hombro; estrechándola fuertemente, algo que ella agradece. El Sol despunta en el horizonte, codicioso
por presenciar la belleza del desnudo de Susana. Diego le besa el cuello y ella se estremece -el
Mediterráneo parece olvidar su “calma de
enero” y comienza a encresparse-. Las manos de Diego surcan el pecho de Susana,
a la vez que sus labios van encallando por su espalda - el mar se enfurece por
momentos, como poseído por un ataque de celos-. Ella se agita ante cada nuevo
beso, ante cada caricia que reciben sus
pechos… y siente como su cuerpo es sacudido por un temporal de pasión que la
arrastra hacía un maremoto de trémulos deseos -el extraño oleaje que acoge el
mar continúa creciendo-. Susana se inclina sobre la cristalera, y Diego accede
lentamente al ardiente crisol que ella en sus entrañas alberga -el temporal
sobre el mar alcanza su clímax: crispado, enfurecido,encolerizado … y sólo
consigue recobrar su calma cuando Diego y Susana reposan exhaustos sobre la
manta-.
De sus rostros se apodera la resignación. El tiempo
del que dispone Susana toca a su fin y regresan hacia Las Costas del Garraf.
- Quisiera poder hacer algo por cambiar todo esto,
por poder estar junto a ti- Manifiesta la resignación y el dolor de Diego.
- Sabes que no puedes, que forzándolo sólo
conseguirías que nunca podamos estar juntos- le responde el desconsuelo de
ella- Deberías olvidarte de mí. De lo que ocurrió. Continuar por otro camino… a
veces pienso que te sientes tan culpable de lo que pasó, que piensas pagar por
ello durante el resto de tu vida”.
Con
distintas palabras, pero en el fondo con el mismo mensaje, esta conversación se
repite por tercera vez desde aquel fatídico accidente hace ya año y medio.
Cuando tras pasar el día en el Roc de
Sant Gaietá, ya de regreso a Barcelona, una roca se interpuso en el camino de ambos, justo en el punto
donde ahora se encuentran: frente a un acantilado entre Sitges y Vallcarca.
Descienden por él, hasta llegar a una roca plana que
linda con el mar. Se abrazan como quien
se aferra a su último suspiro de vida. Susana es quien rompe ese abrazo.
-
Vete ya por favor- suplica a Diego, pero él se niega.
- Detrás de ti- también suplica Diego. Pero él a alguien que nunca le escuchará.- Quiero
irme contigo.
Vuelven abrazarse y
fusionan sus labios entre el desaliento y un mar de lágrimas vertidas
por ambos. Susana se retira otra vez y comienza
a desnudarse. Conforme se desviste, su cuerpo empieza a cubrirse de algo
parecido a un barniz cristalino. Los lacios mechones morenos se apelmazan, los
pezones desaparecen de los pechos y desde la cadera a sus pies surgen unas
extrañas escamas, mientras las piernas se fusionan tomando forma de animal
marino.
Diego se acerca otra vez, la besa…¡ Lloran!
-No me esperes nunca más por favor- le dice Susana.
-Sabes que siempre
lo haré- responde Diego entre lágrimas.
-Adiós, mi niño- son las últimas palabras que
pronuncia esta sirena antes de zambullirse en el agua…
-Hasta pronto mi vida- son las de un desesperado
Diego.
Queda pensativo, sentado entre rocas. Ironías de la vida, ¿no? Es consciente de que
poco o nada puede hacer. Sabe que si provoca su muerte será castigado por
perder y despreciar lo más valioso que un ser puede poseer: la vida; y entonces
sería enviado al averno de los desagradecidos eternamente. Tan solo le queda el
consuelo de que el día en que su vida material se agote, su alma será enviada
al Empíreo del Más Allá, y allí podrá encontrarse algún día y por siempre con Susana hasta el infinito de los tiempos. Aunque
alberga la esperanza de encontrarse con una roca en el camino. Una roca que, de
las misma forma que le ocurrió a Susana, siegue su vida en este mundo de forma
accidental antes del momento que todos tenemos escrito para nuestra muerte. Y así,
sería sumergido en cuerpo y alma en el paraíso del elemento que crea y da vida
hasta el predestinado día de su muerte, tal y como le ocurre a Susana. Por eso,
a los efímeros espectros que habitan el cosmos acuoso, se les permite salir de
él dos veces por año al mundo de los vivos: el día de su nacimiento natural y
el de su muerte terrenal.
Mientras algo de eso ocurre, Diego siempre tendrá una
roca en su destino.
Divino...
ResponderEliminar;-) me alegra lo que expresa ese comentario, gracias maria
ResponderEliminarUffffffffff.....sin palabras!!
ResponderEliminarMe perdonas....verdad??