Nada en ti marchitará

Nada en ti puede marchitarse…




Pues tu alma soslaya al tiempo,
-amustiador de hermosuras-
esquivando llantos de amargura,
dejándolos a merced del viento.
Flor latiente, que al invierno palpita
tras la dulce savia de tu sonrisa;
permuta vientos por esa suave brisa
que desde tus ojos, la mirada… suscita.

¡Nada!…nada… en ti, se marchita…

Ni el perturbador sabor de tus besos
-nenúfares en mi laguna del recuerdo-
elixires que brotan desde tu pecho…
para ser bebidos en el crisol de tu labios;
que los madura y macera, como vino sabio.
Adicto a su veneno soy, y sumiso siervo…
de esas lianas que me ensogan a yacer en tu lecho,
a las que ya, por siempre, estaré preso.

Porque, nada sobre ti, puede marchitar…

Huyo de sembrar cristal en tu edén,
o regar tu jardín con promesa fatua;
hoy, deposito una ofrenda perpetua
como paisaje para tu nuevo tren.
No, no hay rosa, tampoco celofán…
ni libros de historias por ansiar;
tan sólo plantar un árbol es mi afán,
tan sólo algo… para nunca olvidar.


Un árbol singular, de perennes hojas,
brotadas de tiernos y calmos momentos…
tronco de abrazos contra el desaliento
al abrigo del cariño que el alma aloja;
con ramas de caricias y secretos
que germinen irradiantes al florecer;
esbozando el lienzo completo
con un rojo y trémulo amanecer.

Nunca algo de ti podrá marchitar…

Si las huellas de tu camino
son la brújula de mi caminar;
y aún cuando en tu mirar
no sea yo su destino…
la lluvia que te haga soñar
será agua para mi lecho marino.